PERSONAJES

El Profeta
MALAQUÍAS
 
Malaquías vivió en un tiempo en el que los judíos no le rendían culto a Dios como debía ser, y le ofrecían lo más pobre y peor que tenían. Malaquías, el profeta, habla en nombre de Dios cuando les reprende mostrándoles lo mucho que Dios los ama y lo necesario que era honrar a su Padre del Cielo: «Palabra de Yavé a Israel, por medio de Malaquías: El hijo honra a su padre y el siervo teme a su señor. Pues si yo soy Padre, ¿dónde está mi honra? Si yo soy Señor, ¿dónde está mi temor? –dice Yavé de los ejércitos a vosotros, sacerdotes, que despreciáis su nombre–. Decís: “¿En qué menospreciamos tu nombre?” Ofrecéis en mi altar pan inmundo y decís: “¿En qué le hemos hecho inmundo?” En decir: “La mesa de Yavé es despreciable”. Y ofrecer en sacrificio lo ciego, ¿no es malo?; y ofrecer lo cojo o lo enfermo, ¿no es malo?».

Profeta ZCARÍAS

 

Como otros muchos profetas, Zacarías habló al pueblo de la necesidad de ser fieles a Dios: «No seáis como vuestros padres, a quienes predicaron los primeros profetas, diciendo ¡Convertíos de vuestros malos caminos y de vuestras malas obras! Pero no atendieron, no me escucharon, dice Yavé».



Profeta NAHUM

 
Del profeta Nahum no sabemos nada más que lo que nos dice el libro de la Biblia. Era natural de Elqosh, que según san Jerónimo estaba en Galilea, y según otras fuentes, en Judea. Nahum vaticinó el castigo y la ruina de la ciudad de Nínive durante el reinado de Josías, es decir, varios años antes de que ocurriera.

Profeta AMÓS
 
 
Amós es un campesino de la región de Tecua. Se dedica al cultivo de higos, pero el Señor le llama para profetizar en el pueblo de Israel.
 
En un período de bienestar, las clases privilegiadas viven en un derroche de riquezas que recae en la opresión de los más humildes. Amós denuncia el lujo excesivo de los habitantes de Samaria, el despilfarro del rey y de sus cortesanos, los nobles y sus esposas, los jueces y sacerdotes… 


 El profeta  OSEAS

 
 
Oseas fue un profeta contemporáneo de Amós, y el único profeta israelita, es decir, que provenía del reino del norte de Palestina. De todos los profetas, se dice que nadie como él supo expresar la ternura y la fidelidad de Dios Padre con su pueblo, a pesar de que éste le era infiel.

             En su vida, Oseas vivió la desgracia de enamorarse de una mujer que no le fue fiel. Por esto sufrió mucho, ya que la amaba con todo su corazón, y no sabía cómo librarse de su dolor. La insultó, le quitó los regalos que le había hecho, la repudió…, pero todo era inútil, puesto que no lograba olvidar su amor. De repente todo tomó un giro inesperado: Oseas decidió enamorar a su mujer en el silencio del desierto, donde la hablaría al corazón.

Profeta JONÁS
 
 
Un buen día, el Señor le dio el siguiente mensaje a Jonás: «Levántate y vete a Nínive. Recorre sus calles y diles a los habitantes de la ciudad que conozco sus malas acciones y que estoy muy disgustado. No quiero castigarlos, por eso te necesito para que les des mi mensaje y puedan cambiar de vida».
Pero a Jonás parece que no le gustó nada la idea, y en vez de hacer lo que Dios le había encomendado, se embarcó en dirección a Tarsis, y no hizo caso al mensaje de Dios.
  

El profeta MIQUEAS

 
No se sabe mucho sobre la vida de Miqueas. Tan sólo que su nombre significa ¿Quién como Yavé?, y que provenía de Moséret, una pequeña aldea de la Sefela, entre la costa mediterránea y Jerusalén. Comenzó a predicar en su ciudad natal, y después se fue hasta la capital. Allí conoció al profeta Isaías, que influyó mucho en él. Fue contemporáneo también de Amós, y anteriorimente, en su juventud, de Oseas.


SAMUEL

 
 
       
                                       Había una vez, hace mucho tiempo, un hombre llamado Elcana que tenía dos mujeres. Éstas se llamaban Ana y Penena. Ana se sentía muy desdichada porque, mientras que Penena tenía hijos, ella no lograba tener ninguno. Tanto sufría Ana por aquello que un día decidió hacer una petición a Dios en el templo, delante del sacerdote Helí. E hizo la promesa siguiente: «Yavé, mira el sufrimiento de tu sierva. Si te acuerdas de mí y me das un hijo varón, yo lo consagraré a ti por todos los días de su vida». El sacerdote, que la veía, le dijo: «Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido”.


ELISEO

 
Después de que Dios se llevara al profeta Elías, se quedó su discípulo, Eliseo, con los israelitas. Hizo muchos milagros, que eran en realidad gestos de Dios para confirmar al pueblo que aquél era el hombre que predicaba su Palabra.
Uno de los milagros que se narran en la Biblia nos recuerda mucho al milagro que hizo Jesús de la multiplicación de los panes y los peces. Era una mujer que se había quedado viuda. Tenía muchas deudas y ningún dinero, por lo que los acreedores iban a llevarse a sus hijos como esclavos por no pagar las deudas. Ella pidió ayuda a Eliseo, el hombre de Dios.

MOISÉS
Un día, una mujer israelita tuvo un bebé. Era niño, y lo encontró tan bonito que lo ocultó durante tres meses. Llegó un momento en que no pudo tenerlo escondido por más tiempo, así que decidió meterlo en una cesta, y dejarlo en la ribera del río Nilo. La hermana del bebé se quedó por allí para vigilar bien lo que pasaba. En esos momentos, la hija del faraón, el rey de Egipto, bajaba al río a bañarse acompañada de sus doncellas. Fue ella la que descubrió la cestita y comprobó que había dentro un bebé llorando. Se compadeció la joven del niño, pues enseguida comprendió que era un hijo de hebreos, y lo sacó de allí. En ese instante apareció la hermana del bebé, y le preguntó a la hija del faraón: «¿Quiere usted que vaya a buscar entre los hebreos a una niñera para que críe al niño?» Y de esa manera el bebé fue entregado a su verdadera madre, que lo crió hasta que fue mayor. Entonces la madre se lo llevó a la hija del faraón, que lo acogió como a un hijo y le puso de nombre Moisés, porque se dijo «De las aguas lo saqué» (es lo que significa la palabra moisés).

DAVID: rey de los israelitas

 
Subió David al trono de Israel, y fue rey durante muchos años. Ya no habría más enfrentamientos entre tribus.
David era un hombre bueno que tenía una gran fe en Dios. Por esto, un día, se dio cuenta de que el arca de la Alianza no tenía ni una tienda ni un templo dignos. Así que lo consultó con Natán, que era un profeta, y se lo explicó. Natán al principio le dijo que realizase todo lo que había pensado, pues Dios estaba de su lado. Sin embargo, aquella noche el profeta Natán tuvo un sueño. En él, el Señor le daba un mensaje que debería transmitir a David:
    «No he tenido casa desde que saqué a los israelitas de Egipto. Siempre he sido trasladado de aquí para allá en tiendas. Pero hasta ahora no he encargado nunca a ninguno de los jueces de Israel que me construyese un templo. Dile a mi siervo David:


 El sueño del rey SALOMÓN

 
Cuando David, rey de Israel, se sentía morir, dio instrucciones a su hijo Salomón:
«Ya me queda poco para morir, hijo mío. Esfuérzate y sé un buen hombre. Sé fiel a Yavé, tu Dios, caminando siempre por sus sendas, guardando sus mandamientos, sus leyes y preceptos, tal y como están escritos en la Ley de Moisés, para que seas afortunado en tu vida, hagas lo que hagas y vayas donde vayas. Así se cumplirá lo que Dios me dijo un día: Si tus hijos siguen su camino ante mí en verdad y con todo su corazón y toda su alma, no te faltará jamás un descendiente sobre el trono de Israel».
Al poco tiempo, David murió y fue enterrado con sus antepasados. Así, Salomón subió al trono.

 GEDEÓN libera a Israel

 
Continuamos con el Libro de los Jueces. Después de Débora, viene Gedeón, que vino a liberar al pueblo de Israel de las manos de la tribu de Madián. Durante siete años, los madianitas arrasaban los campos que los israelitas acababan de sembrar, y dejaban a éstos sin subsistencia alguna, ya que también se llevaban su ganado. Cada vez eran más pobres y pasaban más hambre. Cuando los israelitas no pudieron más, pidieron a Dios que les ayudara, y Dios les envió a Gedeón.
Un día Gedeón estaba batiendo el trigo escondido, por miedo a que vinieran las tropas de Madián y le quitaran el alimento. De repente, se le apareció un ángel, y le dijo: «El Señor está contigo, valiente héroe». Gedeón no pudo ocultar su sorpresa, pero le preguntó: «¡Ah! Y entonces, si el Señor está conmigo, ¿por qué le están sucediendo todas estas desgracias a mi pueblo? Creo que el Señor nos ha abandonado y nos ha dejado solos frente a Madián y sus tropas». El ángel del Señor le contestó: «Pues ve y salva a tu pueblo de los madianitas. El Señor te envía, y estará a tu lado».

 SANSÓN

 
Sansón es uno de los jueces de los que, hace ya varios números, venimos hablando.
Acordaos de que los jueces en la Biblia son personas normales a los que Dios elige para que, con su ayuda, salven al pueblo de Israel. Encontraréis su historia en el Libro de los Jueces de la Biblia. En los tiempos de Sansón, los israelitas estaban en manos de los filisteos, pues habían vuelto a ser infieles a Dios.
Sansón es especial desde su nacimiento, pues su madre era estéril, es decir, que no podía tener hijos, y estaba casada con un hombre llamado Manóaj. Sin embargo, un ángel de Dios se le apareció a su madre avisándola de que tendría un hijo, y que ese hijo estaría consagrado a Dios toda su vida, desde su nacimiento, y un signo de ello sería que nunca podría cortarse el pelo. Sansón creció, y su fuerza era tremenda. Podía con todo lo que se le pusiera delante: decenas de hombres, leones gigantes…, nada le daba miedo. La fidelidad y el amor a Dios le hacían tener esa fuerza. En la Biblia se nos narran muchos ejemplos para que entendamos cómo era la fuerza de Sansón, y lo mucho que lo odiaban los filisteos, pues siempre que se enfrentaba a ellos los derrotaba.

 TOBÍAS

 
Tobías fue un hombre muy bueno que vivió en el norte de Palestina, y que siempre fue fiel al amor de Dios.
Sin embargo, a su alrededor su pueblo, e incluso su familia, no era fiel al Dios de los israelitas. Pero él era constante y siempre cumplía con los mandamientos del Señor.
Tobías pasó por muchas penurias y su vida no fue fácil. Perdió la vista, y no pudo evitar desesperarse, porque creía que no se merecía tanto dolor, ya que siempre había intentado portarse bien. Y, llorando, le dijo al Señor: «Justo eres, Señor, y justas son todas tus obras; siempre juzgas según la verdad y la justicia. No me castigues por mis pecados, ni por mis ignorancias, ni por las que mis padres cometieron contra ti (…) Quítame el aliento de vida para que muera y me convierta en polvo; porque prefiero morir a vivir, pues he oído ultrajes mentirosos y una gran tristeza se apodera de mí. Haz que yo sea liberado de esta angustia para ir al eterno lugar. No apartes tu rostro de mí».


 

 JUDITH

 
El libro de Judith narra la historia de cómo Dios ayudó al pueblo de Israel a no caer bajo la dominación de Nabucodonosor, rey de Asiria, un hombre avaricioso que quería ser reconocido no sólo como rey, sino como dios, y dios de todos los pueblos. Para esto preparó a todos sus ejércitos y dispuso que los que no se rindiesen ante su poder, fueran exterminados. Así fue, poco a poco, haciéndose con el control de muchos pueblos y tribus. Pero Holofernes, que era el general de los ejércitos de Nabucodonosor, al llegar a la llanura de Esdrelón, en el territorio de Israel, supo que los israelitas, que habitaban en la ciudad de Betulia, no pensaban rendirse ante su rey. Aquior, jefe de los ammonitas, le contó a Holofernes cómo a los israelitas, si eran fieles a su Dios, nadie podría vencerlos. Esto le hizo montar en cólera, y en seguida comenzó a rodear la ciudad para un ataque. Sin embargo, alguien que conocía aquellos montes, le aconsejó al general: «Es mejor que, en vez de intentar un ataque, rodeemos la ciudad para que no puedan salir de sus murallas, y que nos hagamos con el control de sus fuentes, para que con el tiempo no tengan agua para beber y la sed les obligue a rendirse». Dentro de la ciudad, Ocías y otros jefes habían dispuesto no rendirse. Sin embargo, la sed hizo que las fuerzas de los israelitas fueran disminuyendo y los jóvenes, las mujeres y los niños comenzaron a desfallecer y quejarse a los ancianos.

 La fidelidad de RUTH

 
Mucho antes de que naciera Jesús, hubo en su tierra, Belén de Judá, una época de mucha hambre, y a muchas personas no les quedó más remedio que emigrar. Entre estas personas se encontraban Elimelec y su mujer Noemí, que salieron de su tierra con los dos hijos que tenían: Malajón y Quelyón, y se instalaron en la tierra de Moab.
Allí vivieron durante muchos años, hasta que Elimelec, Majalón y Quelyón murieron y se quedase sola Noemí, junto con las dos mujeres que habían contraído matrimonio con sus hijos, que quedaron viudas. Eran sus nueras Ruth y Orfá.
Al verse Noemí sin marido ni hijos, y al enterarse de que en Belén volvía a haber prosperidad, decidió volver a su tierra. A sus nueras les dijo: «Podéis iros, pues yo ya soy mayor, no podré tener más hijos que daros como esposos, y estaréis mejor con vuestras familias».
Orfá, una de sus nueras, se fue, tal y como le había recomendado Noemí. Sin embargo, Ruth le dijo a Noemí: «Yo no te dejaré sola. Iré a donde tú vayas, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios».
Éste es un testimonio de fidelidad, que para el pueblo judío era y es muy importante, porque lo más sencillo para Ruth era haber actuado como Orfá, que volvió, buscando seguridad, hacia su familia. Sin embargo, Ruth eligió dejarlo todo y seguir incondicionalmente a su suegra, aceptando desde aquel momento la religión de los israelitas y la pertenencia a ese pueblo.
Viendo Noemí que Ruth no iba a dejarla sola, se pusieron en camino hacia la tierra de Belén, donde se asentaron de nuevo.
Allí tenían que buscarse la vida, y Ruth comenzó a trabajar en unos campos que tenía un lejano pariente de su fallecido suegro, Elimelec. Aquel pariente se llamaba Booz y, tal y como dictaban las leyes de la época, podía casarse con Ruth por estar ella viuda y ser él un pariente cercano.
Quiso Dios que así fuera, y ambos, Booz y Ruth, tuvieron un hijo que llamaron Obed.
Obed fue padre de Isaí, que a su vez fue padre de David. Esta información que nos da el Antiguo Testamento, en el Libro de Ruth, es importante, porque nos enseña cuáles fueron los antepasados del rey David, el más grande de los reyes del pueblo judío, de cuya descendencia nacería el Mesías, Jesús.
Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa).













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